Ana Barriga | Que empiece el baile
Entrevista de Bea Espejo a Ana Barriga. Madrid, 27 de octubre de 2022
Hay un hashtag en mayúsculas que preside la presentación de Ana Barriga en Instagram y que dice de ella más que su foto. #READYPALSHULEO. Shuleo no viene tanto de chulear como de chulería, de ese garbo o gracia en las palabras o ademanes. Ella tiene mucho de las dos cosas. Sonríe mientras habla, casi como una mentalidad, una manera de ver y de vivir. Una vida cerca de la pintura y para la pintura. En sus obras, el tiempo gira, el mundo gira, en torno a un eje donde parece que reina un humor cáustico. Es crítica, aunque constructiva, mordaz, pero sin agresividad y lo que dice quema, pero cura. A Ana Barriga le gusta bromear, lanzar frases contundentes que, muchas, llevan a un callejón sin salida. Es una de esas artistas de pensamiento dinámico, de espontaneidad espontánea, al estilo Gordillo, que siempre está en la pintura, aunque no siempre pintando. Sus obras encierran contradicciones de lógica e imposibilidades de pensamiento. Tienen racionalidad eficiente, control estricto, certeza rígida y los significados fijos. Muestran las tenues fronteras sin adoctrinamiento sobre sus defectos. También caminos imposibles y obsesivos. Una pintura que tiene un pulso tranquilo, aunque un impulso nervioso, a ratos pacífica y a ratos guerrera. Hay tensiones narrativas y agujeros cromáticos. Circuitos cerrados llenos de dudas. Un mundo lleno de griteríos y anticosas. Una pintura que depura y segrega energía, violenta y espontánea, abstracta pero concreta. Vital como el corazón.
Hablamos sin apenas distancia desde el centro de la duda. Parece eso un veneno, pero en realidad es una liberación. El meollo es ese: levantarse, desayunar e ir al estudio. Entra a las siete de la mañana y sale a las nueve de la noche. «Soy una currita, muy virgo, muy cuadriculada», dice. Su máxima: intentar aprovechar al máximo las energías para trabajar. Que se detenga el tiempo ahí. Medir la energía con el cuadro. Luchar con la complejidad. La creación como estrategia de supervivencia. Poner a hervir las ideas a riesgo de quemarse. Y entonces aparece la locura del palabreo, donde reposa el lenguaje sin necesidad de aguantarse: #huevopelao, #corazóndespeinao, #naranjazo, #cocinandofilete, #muak.
Sí, dos besos nada más empezar esta conversación. Café americano. Chorreo de ideas. La pintura como un amigo íntimo al que contarle todo: «Pintar es una manera de estar en el mundo, de pensar lo que pasa, el amor, la política, la religión… eso que te dice el panadero por la mañana, ese objeto que te encuentras en un mercadillo. Es como una extensión de uno mismo, pura vida». Empezamos por el principio de esa vida: «Siempre digo que es un milagro que me dedique a la pintura. Vengo de una familia humilde a la que no le faltaba la creatividad, pero lamentablemente, como en muchas otras familias, el contacto con el arte es una carencia latente. Supongo que, como cualquier adolescente, no tenía ni idea de qué iba a hacer con mi vida. Tras muchos intentos fallidos, desistí de estudiar y me puse a trabajar en un bar. Ahí conocí a Juanito, el encargado de la cafetería, él insistió para que retomase los estudios y me habló de la escuela de arte de Jerez, donde empecé a estudiar ebanistería. Aquello me gustó tanto que continué haciendo módulos, todos ellos relacionados con el mobiliario, la decoración de interiores y la escultura.
Bea Espejo [BE]: Y la pintura, ¿cuándo llega?
Ana Barriga [AB]: El primer contacto fue por necesidad. Mientras estaba estudiando en Cádiz trabajaba en un bar los fines de semana, pero no me llegaba. Mi profesora de dibujo se enteró de una vacante para impartir clases de pintura en un centro de jubilados, me lo ofreció y por supuesto dije que sí; era trabajo. A mis 19 años estaba dando clases de una cosa de la que no tenía ni idea. Durante ese periodo nunca cogí un pincel, me leía libros sobre Matisse, Cézanne y Picasso, los únicos pintores que conocía, e intentaba explicarles cómo utilizaban el color. Me río de esto muchísimo, porque me lo preguntan ahora y no sabría qué contestar. Pero en aquel momento, la necesidad y el desconocimiento me salvaron. Después de unos cinco módulos de escuela de arte, decidí entrar en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, donde una de las asignaturas era pintura. Fue ahí cuando me obligaron a comprar materiales de pintura y caí en un agujero negro maravilloso en el que a día de hoy tengo la fortuna de seguir inmersa. Los profesores que tenía en primero me ponían los concursos de pintura encima de la mesa. Me tiré al vacío sin tener muy claro qué pasaría. En segundo de carrera todo lo que había pintado en primero fue expuesto, premiado o comprado; y ahí empezó la magia.
BE: Tu pintura parece estar encerrada en una chispa. En algo así como una incoherencia luminosa. Un pensamiento en porciones. Es como un zapping de palabras, una diversión cuántica…
AB: Empecé a pintar sin saber muy bien qué estaba haciendo. Al principio, un día era escultora, otro, pintora geométrica, al siguiente, figurativa, y dos más allá, hacía pintura abstracta. Pintar, romper, desfigurar, ensamblar, combinar, repintar… Eso siempre ha estado en el centro de la pintura, que siempre sale del lienzo o del muro. Tiene cierto efecto cerámico y reina el color. Hay mucho humor para quitarle solemnidad a lo cotidiano.
BE: Defines tu trabajo como una explosión de información. ¿Cómo llegas a los objetos que utilizas? ¿De dónde sale esa iconografía?
AB: Mi trabajo es un caos, una explosión de información aleatoria a la que intento poner orden. Es un juego de equilibro entre la razón y la emoción; dos territorios aparentemente contradictorios que, al friccionar, generan un tipo de energía que me interesa. Procuro moverme en el ámbito de lo lúdico, un lugar compartido por artistas y niños donde se abandonan los prejuicios y aflora la parte más pura de nosotros. El humor, el juego o la ironía son modos de posicionarnos ante la realidad y restarle seriedad. Cuando encuentro objetos que me interesan, pienso en quién los creó, cuáles serían sus circunstancias, qué finalidad tenían, si fueron un encargo o un producto de su creatividad, qué situaciones familiares les acompañaban… Pienso en que la capacidad de reutilizar estos elementos, de alguna manera es una forma de revivir esperanzas, bien sean ajenas o las mías propias, y esto se convierte, más que en un proceso de trabajo, en una forma de ser y de estar hacia la vida.
BE: ¿Tu verdadero estudio es la calle?
AB: En gran parte, sí. Allí es donde encuentro inspiración. Si estás un poco atento a lo que pasa a tu alrededor, puedes encontrar historias increíbles.
BE: Naciste en Jerez de la Frontera, Cádiz. ¿Cómo crees que ha influenciado tu ciudad natal en tu trayectoria?
AB: Supongo que en todo. Llevo muy arraigado de dónde vengo y quién soy, y eso es inevitable que se refleje en mi pintura. El uso de estas cerámicas con aire casposo, el humor, el sarcasmo o la ironía; todo eso es muy de Jerez. Pero quizás lo que más me interese de mi ciudad es que, gracias a la carencia que hay, todos los artistas que salimos independientemente del medio tenemos una misma mirada auténtica. Todo es muy de verdad. Creo que si hay algo que comparten los artistas de Jerez, sean del ámbito que sean, es la autenticidad.
BE: Sin duda, tu trabajo tiene un carisma y, diría, hasta un estilo propio. ¿Cómo lo calificarías tu?
AB: Mi pintura es muy vitalista pero no exenta de drama, aunque eso no es nada excepcional. La vida es así, vital. Solo es un reflejo de ello. Por un lado, encuentras algo que te motiva y, por otro, algo con lo que te tropiezas. En el trasfondo de todo está lo que te han enseñado tus padres. La mía es una familia grande, cuatro hermanas conmigo. Mis padres eran muy creativos. Mi madre, ama de casa, hacía magia con las telas que se encontraba y nos hacía la ropa. Mi padre tenía un taller de cerrajería donde de pequeña pasaba los días enteros viendo cómo dibujaba las máquinas que no podía comprarse y que hacía con el material que tenía. Aparte de habernos criado con mucho amor, siempre nos instaron a ser independientes, a tener mucha confianza para hacer lo que quisiéramos. Ese es mi punto de partida. La vida no me ha regalado ir a los museos de pequeña, o ser bilingüe, pero hay que mirar lo que sí me ha dado. Esa capacidad de reírse de todo que tanto tiene que ver con el pueblo, Cádiz, las chirigotas. Y parto de una escasez de conocimientos sobre arte, pero, por el contrario, mi lenguaje no está mediatizado por ello. No tienes por qué engañar a nadie. Ya está. Hay que entender quién eres y que seguramente no eres para todos los públicos.
BE: ¿Qué dicen tus padres ahora, viendo el éxito que manejas?
AB: Cada vez que gano algo, les llamo y les digo: «¡Enhorabuena, que habéis ganado un premio!». Yo estoy lista para recogerlos porque ellos me han entrenado para ello. Se lo debo a ellos.
BE: Parece que todo lo que tiene que ver contigo y con tu obra parte de una mirada a corazón abierto…
AB: Así es. El desconocimiento de dónde me estoy metiendo me da una frescura que no alcanzaría de otro modo. Es esa impronta, no solo hacia la pintura, sino hacia todo. Trabajar con frescura y disfrute. En el arte hay demasiada tensión y es una pena. No entiendo esa estela del artista maltratado y me da mucha pereza la idea del sufrimiento asociado a la carrera del artista. La vida de un panadero no es tan diferente de la nuestra. Ser artista es crudo, pero como tantas otras profesiones y vidas. Sobre ese halo excepcional que tiene la creación, simplemente hay que escucharlo, saber entenderlo. El arte es un proceso de investigación, un camino que tiene infinitas direcciones, y que ofrece lecturas maravillosas. Creo que se trata de saber cuál es esa línea por la que nos movemos, saber reconocerla y transitarla. Y, sin duda, disfrutarla.
Hacemos una pausa y repasamos algunas de sus últimas obras. Si uno de los objetivos más importantes del artista es sorprender a su público, no cabe duda que Ana Barriga debe ser considerada no solo una de las pintoras españolas más personales —lo que casi nadie pone en duda—, sino también una figura clave entre la multitud de artistas de su generación. Para saber el porqué, hay que fijarse en la esencia de su obra: líneas serpenteantes, sinuosas, las formas errantes, los colores disonantes. Entender de dónde proceden estas cualidades y cómo la artista las ha liberado de sus fuentes originales supone el primer paso para apreciar en qué medida su temperamento representa su más firme reivindicación.
Tiene las cosas claras, aunque no es tan segura como parece a primera vista. Inteligente sí, sin duda. Sabe crear equipo para llegar donde ella no alcanza. «Las manos no me dan para tanta cabeza», añade. Su trabajo es simple y complejo a la vez, un lugar donde ella insta a que empiece el baile. Ahí están los cuadros, que no saben con certeza si quieren ser tomados muy en serio, por eso luchan contra su propia naturaleza, sugiriendo y negando, de una misma pincelada, la narración. Parece que tienen acertijos encerrados dentro. ¿El amor?, le pregunto. «El amor siempre está en el centro, así como todo lo que nos pasa. Hay cosas que me ocurren de verdad, otras las invento, pero la vida es un poco así. Real y, a la vez, asombrosa. Todo es verdad y todo es mentira a la vez», explica.
El artista, como cualquier otra persona, intenta comprender la realidad que le toca vivir. Dedicarse a la creación es como una insatisfacción apasionada y terca, que tiene mucho de obsesión. Mucha maneja Ana Barriga. En sus obras no parece responder a géneros tradicionales. Su pensamiento es lateral, su mirada oblicua, sus métodos elípticos. En cuanto puede, se sale por la tangente. Esa distinción en compartimentos ayuda a comprender y clasificar una herencia, pero es una ordenación obsoleta para afrontar el presente de la pintura contemporánea, asaltada por continuas implosiones. Es una artista con los poros abiertos, que percibe y es sensible a la actividad que acontece fuera. El hecho de apropiarse de imágenes y de objetos le permite tener la sensación de participar de su tiempo, de no perder la conexión con las cosas que sucedían, de sentir que a través de esos signos gráficos le llegan chispazos de una vida continua y palpitante.
Sabemos que la buena pintura evita la representación directa del mundo, participa de un tipo de arquitectura sintáctica constitutiva, más cercana a las sensaciones entre lo que parece que es y lo que puede ser. Se precisa cierta educación visual y capacidad intelectual, aunque, por encima de todo, instinto. Ahí no hay atajo posible. Un titular publicado el 8 de marzo de 2022: «Tenía más probabilidades de dedicarme a la prostitución y la droga que a pintar». Su mirada prosaica enaltece todo aquello de excepcional que esconde cada gesto. Esa sinceridad bonita y golfa a la vez.
BE: ¿Recuerdas la primera vez que pintaste un cuadro?
AB: La primera vez que puse el color encima del soporte caí en un agujero negro.
BE: Eso me recuerda uno de los antipoemas de Luis Gordillo, con el que veo muchísima resonancia con tu trabajo. Decía algo así como «un amanecer negro, un amanecer ronco, una noche con mil agujeros».
BE: Sin duda, Gordillo es un gran referente para mí, toda esa sintaxis de su pintura, la cabeza, la fricción entre lo fotográfico y lo pictórico, el dibujo como generador de un pretexto inicial válido, capaz de desencadenar un proceso que culmina en una obra.
BE: También tú tienes algo de referencia para otros artistas. Durante la pandemia creaste una beca, I’m with you, by Ana Barriga, que funciona como una bola de nieve…
AB: Se me ocurrió al ver que todo se caía. Es como una cadena de favores, una acción entre artistas que constata que entre unos y otros podemos hacer cosas. Yo vendo un cuadro y el dinero lo pongo a disposición del artista que logra la beca para que haga un proyecto. Ese artista hará lo mismo: donar una obra para venderla y, con ese dinero, hacer viable la beca siguiente. Y así. La idea es hacerlo cada dos años. Sigo soñando y la próxima locura que tengo en mente será una residencia en el pueblo donde nací, una pedanía de mil habitantes donde me gustaría invitar a pasar estancias a artistas, músicos, meteorólogos, ufólogos o cualquier ente que fomente el tejido cultural desde las raíces. Es muy necesario este tipo de iniciativas donde la nada es más que evidente. Ahí es donde realmente se empiezan a cambiar las cosas y pueden nacer cosas bonitas.
BE: A veces hablas de una «pintura comestible». Muchos de tus hashtags tienen que ver con ello. ¿Por qué?
AB: Cada vez que termino un cuadro digo: «venga, cómeme». Tendrá que ver con cierto componente cárnico que tiene la pintura, la manteca. Algo relativo a las vísceras.
BE: Y el éxito, ¿te come?
AB: Llevo cinco años diciendo que es el mejor año de mi vida. Hay que renunciar a muchas cosas, claro, pero estoy en un momento muy bueno. De momento, lo disfruto.
BE: Y, ¿sabes a dónde quieres llegar? ¿Tienes claro tu destino?
AB: Tan sencillo como hasta donde me lleven mis brazos.